Книга Хорхе Луиса Борхеса «Атлас» (Atlas) на испанском языке – читать онлайн |
Книга «Атлас» (Atlas) на испанском языке – читать онлайн, автор – Хорхе Луис Борхес. Эта книга была написана в 1984-м году, и представляет собой сборник небольших фрагментов в стихах и прозе. Хорхе Луис Борхес – один из самых известных писателей Аргентины, получил множество международных премий в области литературы, в течении 30 лет номинировался на Нобелевскую премию, но по политическим причинам её не получил. Книги Хорхе Луиса Борхеса были переведены на многие самые распространённые языки мира. Для студентов, самостоятельно изучающих испанский язык по книгам, будет интересно читать таких литературных мастеров, как Борхес, в оригинале (т.е. на испанском). Остальные произведения Хорхе Луиса Борхеса, а также других известных писателей всего мира, можно читать онлайн или скачать бесплатно в разделе «Книги на испанском языке». Для детей есть раздел «Сказки на испанском». Кроме того, у нас на сайте есть раздел «Аудиокниги на испанском языке». Тем, кто любит фильмы Испании и стран Латинской Америки, будет интересен раздел «Фильмы и мультфильмы на испанском языке». Для тех, кто планирует изучать испанский не только самостоятельно, но и с преподавателем или носителем языка, есть необходимая информация на странице «Испанский по скайпу».
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Atlas
PROLOGO Creo que Stuart Mill fue el primero que habló de la pluralidad de las causas; en lo que se refiere a este libro, que ciertamente no es un Atlas, puedo señalar dos, inequívocas. La primera se llama Alberto Girri. En el grato decurso de nuestra residencia en la tierra, María Kodama y yo hemos recorrido y saboreado muchas regiones, que sugirieron muchas fotografías y muchos textos. Enrique Pezzoni, la segunda causa, las vio; Girri observó que podrían entretejerse en un libro, sabiamente caótico. He aquí ese libro. No consta de una serie de textos ilustrados por fotografías o de una serie de fotografías explicadas por un epígrafe. Cada título abarca una unidad, hecha de imágenes y de palabras. Descubrir lo desconocido no es una especialidad de Simbad, de Erico el Rojo o de Copérnico. No hay un solo hombre que no sea un descubridor. Empieza descubriendo lo amargo, lo salado, lo cóncavo, lo liso, lo áspero, los siete colores del arco y las veintitantas letras del alfabeto; pasa por los rostros, los mapas, los animales y los astros; concluye por la duda o por la fe y por la certidumbre casi total de su propia ignorancia. María Kodama y yo hemos compartido con alegría y con asombro el hallazgo de sonidos, de idiomas, de crepúsculos, de ciudades, de jardines y de personas, siempre distintas y únicas. Estas páginas querrían ser mobumentos de esa larga aventura que prosigue. J. L. B.
LA DIOSA GALICA Cuando Roma llegó a estas tierras últimas y a su mar de aguas dulces indefinido y quizá interminable, cuando César y Roma, esos dos claros y altos nombres, llegaron, la diosa de madera quemada ya estaba aquí. La llamarían Diana o Minerva, a la manera indiferente de los imperios que no son misioneros y que prefieren reconocer y anexar las divinidades vencidas. Antes ocuparía su lugar en una jerarquía precisa y sería la hija de un dios y la madre de otro y la vincularían a los donés de la primavera o al horror de la guerra. Ahora la cobija y la exhibe esa curiosa cosa, un mueso. Nos llega sin mitología, sin la palabra que fue suya, pero con el apagado clamor de generaciones hoy sepultadas. Es una cosa rota y sagrada que nuestra ociosa imaginación puede enriquecer irresponsablemente. No oiremos nunca las plegarias de sus adoradores, no sabremos nunca los ritos.
EL TOTEM Plotino de Alejandría, cuenta Porfirio, se negó a hacerse retratar, alegando que él era solamente la sombra de su prototipo platónico y que el retrato sería sombra de una sombra. Siglos después Pascal redescubriría ese argumento contra el arte de la pintura. La imagen que vemos aquí es la fotografía del facsímil de un ídolo del Canadá; es decir, es sombra de la sombra de una sombra. Su original, llamémoslo así, se erige, alto y sin culto, detrás de la última de las tres estaciones del Retiro. Se trata de un regalo oficial del gobierno del Canadá. A ese país no le importa ser representado por esa imagen bárbara. Un gobierno sudamericano no se atrevería al albur de regalar una imagen de una divinidad anónima y tosca. Sabemos estas cosas y sin embargo nuestra imaginación se complace con la idea de un totem en el destierro, de un totem que oscuramente exige mitologías, tribus, incantaciones y acaso sacrificios. Nada sabemos de su culto; razón de más para soñarlo en el crepúsculo dudoso.
CESAR Aquí, lo que dejaron los puñales. Aquí esa pobre cosa, un hombre muerto que se llamaba César. Le han abierto cráteres en la carne los metales. Aquí la atroz, aquí la detenida máquina usada ayer para la gloria, para escribir y ejecutar la historia y para el goce pleno de la vida. Aquí también el otro, aquel prudente emperador que declinó laureles, que comandó batallas y bajeles y fue honor y fue envidia de la gente. Aquí también el otro, el venidero cuya gran sombra será el orbe entero.
IRLANDA Antiguas sombras generosas no quieren que yo perciba a Irlanda o que agradablemente la perciba de un modo histórico. Esas sombras se llaman el Erígena, para quien toda nuestra historia es un largo sueño de Dios, que al fin volverá a Dios, doctrina que asimismo declaran el drama Back to Methuselah y el famoso poema "Ce que dit la Bouche d'Ombre" de Hugo; se llaman también George Berkeley, que juzgó que Dios está minuciosamente soñándonos y que si despertara de su sueño desaparecerían el cielo y la tierra, como si despertara el Rey Rojo; se llaman Oscar Wilde, que de un destino no sin infortunio y deshonra ha dejado una obra, que es feliz e inocente como la mañana o el agua. Pienso en Wellington, que, después de la jornada de Waterloo, sintió que una victoria no es menos terrible que una derrota. Pienso en dos máximos poetas barrocos, Yeats y Joyce, que usaron la prosa o el verso para un mismo fin, la belleza. Pienso en George Moore, que en "Ave atque Vale" creó un nuevo género literario, lo cual no importa, pero lo hizo deliciosamente, lo cual es mucho. Esas vastas sombras se interponen entre lo mucho que recuerdo y lo poco que pude percibir en dos o tres días poblados, como todos, de circunstancias. De todas ellas la más vívida es la Torre Redonda que no vi pero que mis manos tantearon, donde monjes bienhechores salvaron para nosotros en duros tiempos el griego y el latín, es decir, la cultura. Para mí Irlanda es un país de gente esencialmente buena, naturalmente cristiana, arrebatados por la curiosa pasión de ser incesantemente irlandeses. Caminé por las calles que reorrieron, y siguen recorriendo, todos los habitantes de Ulysses.
UN LOBO Furtivo y gris en la penumbra última va dejando sus rastros en la margen de este río sin nombre que ha saciado la sed de su garganta y cuyas aguas no repiten estrellas. Esta noche, el lobo es una sombra que está sola y que busca a la hembra y siente frío. Es el último lobo de Inglaterra. Odín y Thor lo saben. En su alta casa de piedra un rey ha decidido acabar con los lobos. Ya forjado ha sido el fuerte hierro de tu muerte. Lobo sajón, has engendrado en vano. No basta ser cruel. Eres el último. Mil años pasarán y un hombre viejo te soñará en América. De nada puede servirte ese futuro sueño. Hoy te cercan los hombres que siguieron por la selva los rastros que dejaste, furtivo y gris en la penumbra última.
ESTAMBUL Cartago es el ejemplo más evidente de una cultura calumniada, nada podemos saber de ella, nada pudo saber Flaubert, sino lo que refieren sus enemigos, que fueron implacables. No es imposible que algo parecido ocurra con Turquía. Pensamos en un país de crueldad; esa noción data de las Cruzadas, que fueron la empresa más cruel que registra la historia y la menos denunciada de todas. Pensamos en el odio cristiano acaso no inferior al odio, igualmente fanático, del Islam. En el Occidente le ha faltado un gran nombre turco a los otomanos. El único que nos ha llegado es el de Suleimán el Magnífico (e solo in parte vide il Saladino). ¿Qué puedo yo saber de Turquía al cabo de tres días? He visto una ciudad espléndida, el Bósforo, el Cuerno de Oro y la entrada al Mar Negro, en cuyas márgenes se descubrieron piedras rúnicas. He oído un idioma agradable, que me suena a un alemán más suave. Por aquí andarán los fantasmas de muchas y diversas naciones; prefiero pensar que los escandinavos formaban la guardia del emperador de Bizancio, a los que se unieron los sajones que huyeron de Inglaterra después de la jornada de Hastings. Es indudable que debemos volver a Turquía para empezar a descubrirla.
LOS DONES Le fue dada la música invisible que es don del tiempo y que en el tiempo cesa; le fue dada la trágica belleza, le fue dado el amor, cosa terrible. Le fue dado saber que entre las bellas mujeres de la tierra sólo hay una; pudo una tarde descubrir la luna y con la luna el álgebra de estrellas. Le fue dada la infamia. Dócilmente estudió los delitos de la espada, la ruina de Cartago, la apretada batalla del Oriente y del Poniente. Le fue dado el lenguaje, esa mentira, Le fue dada la carne, que es arcilla, le fue dada la obscena pesadilla y en el cristal el otro, el que nos mira. De los libros que el tiempo ha acumulado le fueron concedidas unas hojas; de Elea, unas contadas paradojas, que el desgaste del tiempo no ha gastado. La erguida sangre del amor humano (la imagen es de un griego) le fue dada por Aquel cuyo nombre es una espada y que dicta las letras a la mano. Otras cosas le dieron y sus nombres: el cubo, la pirámide, la esfera, la innumerable arena, la madera y un cuerpo para andar entre los hombres. Fue digno del sabor de cada día; tal es tu historia, que es también la mía.
VENECIA Los peñascos, los ríos que tienen su cuna en las cumbres, la fusión de las aguas de esos ríos con las del Mar Adriático, los azares o las fatalidades de la historia y de la geología, la resaca, la arena, la formación gradual de las islas, la cercanía de Grecia, los peces, las migraciones de las gentes, las guerras de la Armórica y del Báltico, las cabañas de junco, las ramas entretejidas con barro, la inextricable red de canales, los primitivos lobos, las incursiones de los piratas dálmatas, la delicada terracota, las azoteas, el mármol, las caballadas y las lanzas de Atila, los pescadores defendidos por su pobreza, los lombardos, el hecho de ser uno de los puntos en que se encuentran el Occidente y el Oriente, los días y las noches de generaciones hoy olvidadas fueron los artífices. Recordemos también los anuales anillos de oro que el Dux dejaba caer desde la proa del Bucentauro y que, en la penumbra o tiniebla del agua, son los indefinidos eslabones de una cadena ideal en el tiempo. Sería aquí una injusticia olvidar al solícito buscador de los papeles de Aspern, a Dandolo, a Carpaccio, al Petrarca, a Shylock, a Byron, a Beppo, a Ruskin y a Marcel Proust. Altos en la memoria están los capitanes de bronce que invisiblemente se miran desde hace siglos, en los dos términos de una larga llanura. Gibbon observa que la independencia de la antigua república de Venecia ha sido declarada por la espada y puede ser justificada por la pluma. Pascal escribe que los ríos son caminos que andan; los canales de Venecia son los caminos por los que andan las enlutadas góndolas que tienen algo de enlutados violines y que también recuerdan la música porque son melodiosas. Alguna vez escribí en un prólogo Venecia de cristal y crepúsculo. Crepúsculo y Venecia para mí son dos palabras casi sinónimas, pero nuestro crepúsculo ha perdido la luz y teme la noche y el de Venecia es un crepusculo delicado y eterno, sin antes ni después.
LA CORTADA DE BOLLINI Contemporáneos del revólver, del rifle y de las misteriosas armas atómicas, contemporáneos de las vastas guerras mundiales, de la guerra del Vietnam y de la del Líbano, sentimos la nostalgia de las modestas y secretas peleas que se dieron aquí hacia mil ochocientos noventaitantos a unos pasos del Hospital Rivadavia. La zona entre los fondos del cementerio y el amarillo paredón de la cárcel se llamó alguna vez la Tierra del Fuego; la gente de aquel arrabal elegía (nos cuentan) esta cortada para los duelos a cuchillo. Esto habrá ocurrido una sola vez y luego se diría que fueron muchas. No había testigos, salvo, quizá, algún vigilante curioso que observaría y apreciaría las idas y venidas de los aceros. Un poncho haría de escudo en el brazo izquierdo; el puñal buscaría el vientre o el pecho del otro; si los duelistas eran diestros la contienda podría durar mucho tiempo. Sea lo que fuere, es grato estar en esta casa, de noche, bajo los altos cielos rasos, y saber que afuera están las casas bajas que aun quedan, los hoy ausentes conventillos y corralones y las tal vez apócrifas sombras de esa pobre mitología.
EL TEMPLO DE POSEIDON Sospecho ue no hubo un Dios del Mar, como tampoco un Dios del Sol; ambos conceptos son ajenos a mentes primitivas. Hubo el mar y hubo Poseidón, que era también el mar. Mucho despues vendrían las teogonías y Homero, que según Samuel Butler urdió con fábulas ulteriores los interludios cómicos de la Ilíada. El tiempo y sus guerras se han llevado la apariencia del Dios, pero queda el mar, su otra efigie. Mi hermana suele decir que los niños son anteriores al cristianismo. A pesar de las cúpulas y de los iconos también lo son los griegos. Su religión, por lo demás, fue menos una disciplina que un conjunto de sueños, cuyas divinidades pueden menos que el Ker. El templo data del siglo quinto antes de nuestra era, es decir, de aquella fecha en que los filósofos ponían todo en duda. No hay una sola cosa en el mundo que no sea misteriosa, pero ese misterio es más evidente en determinadas cosas que en otras. En el mar, en el color amarillo, en los ojos de los ancianos y en la música.
EL PRINCIPIO Dos griegos estan conversando: Sócrates acaso y Parménides. Conviene que no sepamos nunca sus nombres; la historia, así, será más misteriosa y más tranquila. El tema del diálogo es abstracto. Aluden a veces a mitos, de los que ambos descreen. Las razones que alegan pueden abundar en falacias y no dan con un fin. No polemizan. Y no quieren persuadir ni ser persuadidos, no piensan en ganar o en perder. Están de acuerdo en una sola cosa; saben que la discusion es el no imposible camino para llegar a una verdad. Libres del mito y de la metáfora, piensan o tratan de pensar. No sabremos nunca sus nombres. Esta conversación de dos desconocidos en un lugar de Grecia es el hecho capital de la Historia. Han olvidado la plegaria y la magia.
EL VIAJE EN GLOBO Como lo demuestran los sueños, como lo demuestran los ángeles, volar es una de las ansiedades elementales del hombre. La levitación no me ha sido aún deparada y no hay razón alguna para suponer que la conoceré antes de morir. Ciertamente el avión no nos ofrece nada que se parezca al vuelo. El hecho de sentirse encerrado en un ordenado recinto de cristal y de hierro no se asemeja al vuelo de los pájaros ni al vuelo de los ángeles. Los vaticinios terroríficos del personal de a bordo, con su ominosa enumeración de máscaras de oxígeno, de cinturones de seguridad, de puertas laterales de salida y de imposibles acrobacias aéreas no son, ni pueden ser, auspiciosas. Las nubes tapan y escamotean los continentes y los mares. Los trayectos lindan con el tedio. El globo, en cambio, nos depara la convicción del vuelo, la agitación del viento amistoso, la cercanía de los pájaros. Toda palabra presupone una experiencia compartida. Si alguien no ha visto nunca el rojo, es inútil que yo lo compare con la sangrienta luna de San Juan el Teólogo o con la ira; si alguien ignora la peculiar felicidad de un paseo en globo es difícil que yo pueda explicársela. He pronunciado la palabra felicidad; creo que es la más adecuada. En California, hará unos treinta días, María Kodama y yo fuimos a una modesta oficina perdida en el valle de Napa. Serían las cuatro o las cinco e la mañana; sbíamos que estaban por ocurrir las primeras claridades del alba. Un camión nos llevó a un lugar aún más distante, remolcando la barquilla. Arribamos a un sitio de la llanura que podía ser cualquier otro. Sacaron la barquilla, que era un canasto rectangular de madera y de mimbre y empeñosamente extrajeron el gran globo de una valija, lo desplegaron en la tierra, separaron el género de nylon con ventiladores, y el globo cuya forma era la de una pera invertida como en los grabados de las enciclopedias de nuestra infancia, creció sin prisa hasta alcanzar la altura y el ancho de una casa de varios pisos. No había ni puerta lateral ni escalera; tuvieron que izarme sobre la borda. Eramos cinco pasajeros y el piloto que periódicamente henchía de gas el gran globo cóncavo. De pie, apoyamos las manos en la borda de la barquilla. Clareaba el día; a nuestros pies a una altura angelical o de alto pajaro se abrían los viñedos y los campos. El espacio era abierto, el ocioso viento que nos llevaba como si fuera un lento río, nos acariciaba la frente, la nuca o las mejillas. Todos sentimos, creo, una felicidad casi física. Escribo casi porqu, e no hay felicidad o dolor que sean sólo físicos, siempre intervienen el pasado, las circunstancias, el asombro y otros hechos de la conciencia. El paseo, que duraría una hora y media, era también un viaje por aquel paraíso perdido que constituye el siglo diecinueve. Viajar en el globo imaginado por Montgolfier era también volver a las páginas de Poe, de Julio Verne y de Wells. Se recordará que sus selenitas, que habitan el interior de la luna, viajaban de una a otra galería en globos semejantes al nuestro y desconocían el vértigo.
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