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Повесть «Затерянный мир» (El mundo perdido) на испанском языке

Повесть «Затерянный мир» (El mundo perdido) на испанском языке – читать онлайн, автор книги – Артур Конан Дойль. Научно-фантастическую повесть «Затерянный мир» Артур Конан Дойль написал в 1912-м году, будучи уже очень популярным и одним из самых высокооплачиваемых писателей мира (его «Приключения Шерлока Холмса» к тому времени уже были переведены на многие самые распространённые языки мира). Повесть «Затерянный мир» также имела большой успех у читателей.

Остальные рассказы и повести, которые написал Артур Конан Дойль, а также много различных произведений других известных писателей, можно читать онлайн в разделе «Книги на испанском».

Для любителей испанского кино, а также для тех, кто самостоятельно изучает испанский по фильмам, создан раздел «Фильмы и мультфильмы на испанском языке».

Для тех, кто хочет учить испанский не только самостоятельно, но и с преподавателем или носителем языка, есть информация на странице «Испанский по скайпу».

 

На этой странице выложены первые 3 главы повести «Затерянный мир», которую написал Артур Конан Дойль. Ссылка на продолжение книги «Затерянный мир» (El mundo perdido) на испанском языке будет в конце страницы.

 

El mundo perdido

 

CAPÍTULO 1

EL HEROISMO NOS CIRCUNDA

Su padre, el señor Hungerton, era la persona más falta de tacto sobre la tierra; de aspecto descuidado, charlatán, perfectamente afectuoso y absolutamente centrado en su propio, tonto ego. Si algo me hubiera podido alejar de Gladys, habría sido precisamente el pensar en tener tal suegro. Estoy convencido de que él creía firmemente que mis visitas a "Los Nogales" tres veces por semana no tenían otro objeto que gozar del placer de su compañía y muy especialmente, de escuchar sus opiniones acerca del bimetalismo, tema sobre el que estaba en camino de convertirse en una autoridad.

Aquella noche soporté durante más de una hora su monótono cloqueo sobre el valor nominal de la plata, la depreciación de la rupia y los verdaderos patrones para el mercado cambiaron.

- Suponga usted, - gritó con vana violencia, -que todas las deudas del mundo fueran exigidas simultáneamente, y que fuera requerida su inmediata cancelación.

¿Qué sucedería en las presentes condiciones? Le contesté que si eso se produjera yo quedaría arruinado, lo que provocó su enojo. Reprochándome mi falta de seriedad se incorporó violentamente y salió de la habitación para vestirse antes de concurrir

a una reunión masónica.

¡Finalmente quedé solo con Gladys, y el momento decisivo de mi vida había llegado! Durante toda aquella velada me había sentido como el soldado que espera una señal que lo enviará rumbo a una misión desesperada, con la esperanza de la victoria y el miedo por el fracaso dominando alternativamente sus emociones.

Al sentarse Gladys, su delicado, orgulloso perfil se destacó contra el fondo rojo de la cortina. ¡Qué hermosa era... y qué distante parecía!

Tenía todas las cualidades femeninas. Todos los ornamentos del amor la caracterizaban; aquella delicada piel bronceada, casi oriental en su tonalidad, el negrísimo cabello, los grandes ojos, los labios llenos, exquisitos. Pero yo había sido hasta entonces incapaz de despertar tal pasión. Esa noche estaba decidido a terminar con aquella situación inestable.

Lo peor que podría resultar sería que rehusara mi amor y era preferible ser un amante rechazado a un hermano aceptado.

Hasta aquí me habían llevado mis pensamientos, y en el momento en que estaba por romper el largo e incómodo silencio, dos ojos oscuros me miraron y la orgullosa cabeza se sacudió en sonriente desaprobación.

- Tengo el presentimiento de que estás por proponerme matrimonio, Ned. Deseo que no lo hagas, pues las cosas marchan mucho mejor como están actualmente.

- ¿Cómo pudiste saberlo? - pregunté sorprendido.

- ¿Acaso una mujer no lo sabe siempre? ¿Crees que una declaración de amor ha pescado desprevenida a alguna mujer, desde que el mundo es mundo?

- ¡Pero..., Ned! ¡Nuestra amistad ha sido hasta ahora tan agradable! Sería una pena que la arruinaras.

- ¿No ves que espléndido es que podamos conversar cara a cara y francamente en la forma en que siempre lo hemos hecho?

- No sé, Gladys. Puedo hablar cara a cara con... con el jefe de la estación, pero eso no me satisface.

Quiero abrazarte, sentir tu cabeza sobre mi pecho... y, ¡oh, Gladys!...

Saltó en su silla al ver señales de que me proponía demostrarle algunas de las cosas que yo quería.

- Has arruinado todo, Ned. Era tan hermoso y natural hasta este momento... Es lamentable. ¿Por qué no pudiste controlarte?

- No es invento mío, sino de la Naturaleza. ¡Es el amor! - me defendí.

- Bueno, si ambos amáramos, tal vez sería diferente, pero yo no siento amor. Nunca lo he sentido.

- Pero... debes hacerlo, con tu belleza, con tu alma... Oh, Gladys, tú has sido hecha para amar. ¡Debes amar!

- Hay que esperar, Ned. Esperar hasta que llegue el amor.

- ¿Y por qué no puedes amarme a mí, Gladys? ¿Es mi aspecto, o qué?

- No. No es eso. No eres vanidoso, de modo que puedo decírtelo tranquilamente. Se trata de algo más profundo.

- ¿Mí carácter?

Asintió con expresión severa.

- ¿Qué puedo hacer para modificarlo? Siéntate y conversemos.

Me miró con esa intrigada desconfianza que para mí significaba más que la anterior confianza cordial, y se sentó.

- Ahora dime qué sucede con mi carácter.

- Estoy enamorada de otro.

Esta vez fui yo quien saltó en su silla.

- Nadie en particular -explicó, riéndose de mi sorpresa. -Sólo un ideal..., un tipo de hombre que nunca he encontrado hasta ahora.

- Háblame de él. ¿Qué aspecto tiene?

- Oh... en ese sentido podría ser parecido a ti.

- ¡Qué amable de tu parte decir eso! ... Entonces, ¿qué hace ese ideal tuyo que lo diferencia de mí? Dime tan solo una palabra: abstemio, vegetariano, aeronauta, teosofista, superhombre. Trataré de serlo si por lo menos me das una idea de lo que te agradaría.

Gladys rió nuevamente ante la elasticidad de mi carácter.

- Bueno... en primer término debe ser un hombre de acción, capaz de enfrentar a la muerte sin temores..., un hombre de grandes hechos y extrañas experiencias. No sería precisamente al hombre, a quien amaría, sino a sus facetas de gloria, cuyos reflejos me iluminarían. Piensa en Richard Burton. Cuando leo la biografía que su esposa escribió puedo comprender que lo amara profundamente. ¡Y Lady Stanley! ¿Has leído ese maravilloso capítulo final de su libro sobre su esposo? Esa es la clase de hombres que una mujer puede adorar con toda su alma sin empequeñecerse. Por el contrario, su amor las engrandece haciéndolas merecedoras de honores como inspiradoras de nobles hechos...

- No todos podemos ser Stanleys o Burtons, - le dije. -Además, no todos tenemos las oportunidades de llegar a serlo..., por lo menos yo nunca la tuve. Si se presentara alguna no la rehuiría.

- No, Ed. Las oportunidades nos rodean. Es el signo distintivo de estos hombres crear sus propias oportunidades. No trates de disminuir a mi ideal...

- Yo me siento capaz de hacer cualquier cosa por complacerte.

- Pero es que no debes hacerlo tan sólo por complacerme. Debe ser algo que realices porque no puedes evitarlo, porque es natural en ti, porque el hombre que hay en ti está ansioso por desarrollar una expresión de heroísmo. Por ejemplo, cuando describiste la explosión de carbón en Wigan el mes pasado, debías haber bajado y ayudado a aquella gente a pesar del peligro.

- Es lo que hice.

- Nunca dijiste nada...

- No valía la pena. No hubo en ello nada de que vanagloriarse.

- Yo no sabía... -Me miró con cierto interés: Fue valiente de tu parte...

- Tenía que hacerlo, Gladys. Para poder escribir un artículo que merezca ser leído hay que estar en el sitio preciso en que suceden las cosas...

- ¡Qué motivo tan prosaico! Destruye todo el romance... No obstante, cualquiera haya sido la razón que tuviste para hacerlo, me alegro de que hayas bajado a aquella mina. Me dio la mano, pero con tal dulzura y dignidad que lo único que atiné a hacer fue inclinarme y besarla.

- Es posible que yo sea una muchacha tonta, con fantasías de niña, pero todo esto es parte de mí misma. No puedo hacer nada en contra de estos ideales. El día que me case, será con un hombre famoso.

- ¿Y por qué no? Mujeres como tú son las que impulsan a los hombres. Dame una oportunidad y verás cómo me desempeño. Además, como tú dices, los hombres deben crear sus oportunidades y no esperar que les caigan del cielo. Mira a Clive... tan sólo un empleado, y conquistó la India. ¡Por Dios, que todavía el mundo debe ver mis hazañas! Mi repentina efervescencia irlandesa la hizo reír.

- Claro que sí. Tienes todo lo que puede necesitar un hombre: juventud, salud, educación, energía. Lamenté que hubieras hablado pero ahora me alegro, ya que nuestra conversación ha despertado en ti estos deseos.

- ¿Y si llego a...?

El tibio terciopelo de sus dedos cerró mis labios.

- Ni una palabra más, caballero. Hace media hora que tendrías que estar en tu oficina. Algún día, tal vez, cuando hayas ganado tu puesto en el mundo, hablaremos nuevamente de esto. Y así fue cómo me encontré aquella tarde de invierno corriendo tras un tranvía con mi corazón quemándome por dentro, y con la firme determinación de no dejar transcurrir otro día sin haber encontrado alguna empresa que me hiciera digno de mi dama, sin imaginarme la increíble forma que esa hazaña estaba va tomando ni los extraños caminos por los que me llevaría.

Este primer capítulo podrá parecer innecesario al lector, pero de no haberse producido los hechos de que en él doy cuenta, este libro no habría llegado a escribirse. Solamente cuando un hombre enfrenta el mundo con la idea de que los hechos heroicos abundan a su alrededor, esperando ser emprendidos, y con un vivo, íntimo deseo de enfrentarse con ellos, puede romper la rutina en que vive y adentrarse en el maravilloso, místico país de ensueño en que esperan las grandes aventuras y las grandes recompensas.

Así fue cómo aquel día me encontraba en la oficina del "Daily Gazette" de cuyo personal era yo un insignificante engranaje, con la firme determinación de descubrir en qué hecho glorioso conseguiría hacerme digno de mi Gladys.

¿Era tan sólo dureza de corazón o egoísmo lo que la llevaba a pedirme que arriesgara mi vida para su propia exaltación? Pensamientos de tal índole pueden tenerse en la edad madura, pero jamás a los veintitrés aflos y dominado por la fiebre del primer amor.

 

CAPÍTULO 2

EL PROFESOR CHALLENGER

 Siempre me gustó McArdle, el áspero editor de noticias, y en cierto modo esperaba caerle bien. Por supuesto, el verdadero jefe era Beaumont, pero vivía en la enrarecida atmósfera de sus alturas olímpicas desde donde no fijaba su atención en nada de significación menor que una crisis internacional o un resquebrajamiento en el Gabinete. A veces lo veíamos pasar en solitaria majestad rumbo a su santuario, sus ojos mirando inexpresivamente y su mente absorta en los Balcanes o el Golfo Pérsico. Estaba por arriba, y más allá de nosotros. Pero McArdle era su lugarteniente y la persona con quien nosotros nos entendíamos.

El viejo me saludó con un movimiento de cabeza cuando entré en su oficina, y empujó sus anteojos hacia arriba sobre su calva.

- Bien, bien, señor Malone. Según oigo, está usted progresando -me dijo con su suave acento escocés.

Agradecí su elogio y esperé que continuara.

- La explosión en la mina de carbón fue excelente. Lo mismo el incendio de Southwark. Tiene usted verdadera capacidad descriptiva. ¿Para qué quería verme?

- Para pedirle un favor.

Pareció alarmarse, y sus ojos rehuyeron los míos.

- ¿Qué favor?

- ¿Cree usted que sería posible enviarme a cumplir alguna misión para el periódico? Haría yo lo imposible por llevarla a buen término y presentar un artículo de real mérito.

- ¿En qué tipo de misión está pensando, señor Malone?

- Y bien, algo en que exista peligro, aventura. Le aseguro que me esforzaré por cumplirla. Mientras más difícil, mejor para mis propósitos.

- Parece usted ansioso por perder la vida.

- Por justificarla, señor.

- Mi querido señor Malone, esto parece un poco romántico, exaltado. Me temo que este tipo de cosas pertenezcan al pasado. El costo de una de esas misiones especiales es, habitualmente, muy elevado para los resultados que de ellas se obtienen. Además, este tipo de tarea se asigna a hombres de experiencia, que cuentan con la confianza del público.

Los espacios en blanco en los mapas ya están completos, y no queda sitio alguno para la aventura novelesca... ¡Espere Hablando de espacios en blanco en los mapas ya están completos y no queda sitio alguno para la aventura novelesca... ¡Espere! Hablando de espacios en blanco en los mapas... ¿que opina de la idea de desenmascarar a un mentiroso, a un moderno Munchausen, y ponerlo en ridículo? ¡Usted podría ponerlo en evidencia como el fraude del siglo! ¿Le interesa?

- Cualquier cosa... en cualquier parte... no importa.

McArdle meditó en silencio durante unos minutos.

- Me pregunto si podrá usted siquiera conversar con el individuo. Usted parece tener cierta habilidad innata para establecer relaciones con la gente. .., simpatía, supongo, o magnetismo animal, o vitalidad juvenil. ¡Vaya uno a saber en qué consiste!, pero yo mismo tengo conciencia de ello cuando lo veo.

- Es usted muy amable, señor.

- Siendo así, ¿por qué no prueba suerte con el profesor Challenger?

Debo admitir que me sobresalté.

- ¡Challenger! ¡El famoso zoólogo! ¿El hombre que le rompió el cráneo a Blundell, del "Telegraph"?

MeArdle sonrió, ceñudo.

- ¿No le agrada la idea? Dijo usted que quería aventuras...

- Bueno..., todo es parte del oficio, señor, - contesté.

- Así es. Además, no creo que siempre sea tan violento. Pienso que Blundell lo abordó en mal momento, o de mala manera. Espero que usted tenga más suerte, o más tacto. Presiento que en este asunto hay aleo como lo que usted está buscando, y que a la "Gazette" puede servirle.

- Realmente, debo admitir que no sé nada al respecto.

Recordé su nombre solamente por su relación con los procedimientos judiciales por golpear a Blundell.

- Tengo algunas notas para guiarlo, señor Malone.

He estado atento a los movimientos del profesor durante cierto tiempo. Aquí tengo un resumen de sus datos. Sírvase.

Antes de guardar el papel en mi bolsillo lo leí rápidamente.

"Challenger, George Edward. Nacido en Largs 99 en 1863. Educación: Academia de Largs; Universidad de Edimburgo. Asistente del Museo Británico en 1892. Conservador Asistente del Departamento de Antropología Comparada en 1893. Renunció ese mismo año después de mordaz correspondencia. Ganador de la Medalla Crayston por Investigación Zoológica. Miembro Extranjero de seguían casi cinco centímetros de escritura pequeña detallando sociedades científicas- Sociedad Belga, Academia Americana de Ciencias, La PlataR etc., etc. Ex presidente de la Sociedad Paleontológica. Asociación Británica, Sección H., etc., etc. Publicaciones: "Algunas Observaciones con Respecto a una Serie de Cráneos Kalmuck", "Bosquejo de la Evolución de los Vertebrados", y numerosos folletos, incluyendo "La Fundamental Falacia del Weissmannismo", que causó acalorada discusión en el Congreso de Zoología de Viena. "Pasatiempos: Caminatas. Alpinismo. Domicilio:

Enmore Park, Kensington.”

- Y bien, señor. ¿Qué ha hecho el profesor Challenger para que se considere de interés periodístico?

- Hace dos años fue a Sudamérica, solo. Regresó el año pasado. Sin lugar a dudas estuvo allí, pero rehusó indicar el sitio exacto. Comenzó a narrar sus aventuras, si bien en forma imprecisa, y cuando alguien señala ciertas lagunas en su relato se encerró en el más absoluto silencio. Algo maravilloso tiene que haberle sucedido... o es un mentiroso genial.

Exhibió algunas fotografías averiadas, de las que se comentó que eran falsas. Se puso incómodo hasta el punto de que reacciona violentamente cuando le hacen preguntas, y arroja a los periodistas por las escaleras. En mi opinión es un megalómano homicida con un toque científico. He ahí a su hombre, Malone. Adelante con su labor y vea qué puede obtener.

Es usted bastante crecido como para saber defenderse solo y, después de todo, puede estar tranquilo: lo cubre el seguro de accidentes del personal.

Con este último comentario, dio por terminada la entrevista. Me encaminé al Savage Club, pero en lugar de entrar inmediatamente me detuve un rato, apoyado en la baranda de la Terraza Adelphi mirando hacia el río. Pienso con mayor lucidez al aire libre. Extraje del bolsillo la lista de los merecimientos del profesor y la releí lentamente a la luz de la lámpara de la calle. Repentinamente tuve lo que considero una inspiración: como hombre de la prensa debía desechar la idea de obtener una entrevista con el profesor Challenger, pero este detalle, varias veces comentado en su biografía esquemática, sólo podía indicar, a mi modo de ver, que el hombre era un fanático de la ciencia. ¿No habría por ese camino una brecha que lo hiciera accesible? Tendría que tratar de encontrarla.

Entré en el club. Era un poco más tarde de las y el gran salón estaba bastante concurrido, si bien todavía no había llegado el momento en que la asistencia habitual se colmara. El hombre que andaba buscando se encontraba sentado en un sofá, cerca del hogar. Era Tarp Henry, del personal de "Naturaleza".

Me senté a su lado y sin más preámbulos le consulté sobre lo que me había llevado.

- ¿Qué sabes del profesor Challenger?

Levantó las cejas con científica desaprobación antes de responderme.

- ¿Challenger? Es ese hombre que vino de Sudamérica contando un increíble cuento sobre ciertos extraños animales... Creo que posteriormente se retractó. Por lo menos, dejó de repetir su historia. Concedió una entrevista a la gente de Reuter y el tumulto que ello provocó le demostró claramente que nadie le creería. Es un asunto completamente inadmisible. Creo que una o dos personas estaban inclinadas a creerle, pero él mismo se encargó de alejarlas de su causa.

- ¿De qué manera?

- Con su insufrible rudeza y su imposible comportamiento.

Uno de ellos, por ejemplo, el bueno de Wadley, del Instituto Zoológico, le envió un mensaje:

"El Presidente del Instituto Zoológico presenta sus respectos al Profesor Challenger y le ruega quiera brindarle el honor de concurrir a la próxima reunión del Instituto, lo que considerará como un favor personal". La respuesta de Challenger no puede ser impresa.

- ¡Increíble!

- Así es. Una versión suave de la misma podría ser: "El Profesor Challenger presenta sus respetos al Presidente del Instituto Zoológico, y considerará un favor personal que se vaya al diablo".

- ¡Buen Dios!

- Sí. Creo que eso fue lo que dijo Wadley. Recuerdo sus lamentaciones en la reunión. Su discurso comenzó: "En cincuenta años de experiencia en el intercambio de conocimientos científicos... " El pobre hombre estaba destrozado.

- ¿Algo más que puedas decirme sobre Challenger?

- Bueno. Sabes que mi campo de actividad es la bacteriología, pero en reuniones científicas he oído comentarios sobre él. Es uno de esos hombres que no pueden ser ignorados. Inteligente, lleno de fuerza y vitalidad, pero pendenciero, maniático e inescrupuloso.

Ha llegado incluso al extremo de presentar fotografías falsas relacionadas con su expedición a Sudamérica.

- ¿En qué consiste su manía?

- Tiene miles; pero la última está relacionada con

Weissmann y la Evolución. Tuvo una terrible discusión en Viena, al respecto.

- ¿Puedes contarme algo sobre eso?

- No recuerdo los detalles, pero en la oficina tengo archivada una traducción de lo sucedido. Si vienes conmigo te la facilitaré.

- Por supuesto, siempre que no te resulte demasiado tarde. Eso es exactamente lo que necesito para conseguir una vía por donde aproximarse a Challenger.

Eres extraordinariamente gentil al ayudarme así.

Media hora más tarde estaba yo sentado en la oficina del periódico, con un gran libro abierto en una página en que se leía "Weissmann versus Darwin" y un subtítulo que indicaba "Vivas protestas en Viena. Reunión Efervescente". Mis escasos conocimientos científicos me impedían seguir el hilo de la cuestión, pero resultaba evidente que el profesor inglés había presentado su posición en forma agresiva, lo que molestó profundamente a sus colegas continentales. "Protestas" "Tumulto" y "Reclamo general ante la Presidencia del debate" fueron las tres primeras acotaciones que me llamaron la atención.

No obstante, el resto de la descripción de la reunión estaba escrita en chino, o por lo menos eso parecía a mi pobre cerebro inculto.

- ¿Podrías traducirme esto al inglés? - solicité a mi gentil colega.

- ¡Si estás leyendo una traducción!

- Entonces probaré con el original en alemán. Tal vez tenga más suerte.

Tarp rió comprendiendo mi embarazo.

- Sí, la verdad es que resulta incomprensible para el lego.

- Así es. Si pudiera entender alguna frase sustanciosa, simple y definida me encontraría en condiciones de afrontar lo que me propongo... Aquí hay algo.

Creo que entiendo lo que dice. Lo copiaré. Espero que sea este el camino que me permita conversar con el profesor Challenger.

- Me alegro. ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?

- Bueno..., sí. Me propongo escribirle. Si pudiera hacerlo desde aquí, en tu papel, le daría más carácter.

- Con lo que tendré aquí a Challenger dispuesto a promover un escándalo y destrozar el mobiliario.

- No, no. Te mostraré la carta. Te aseguro que no será como piensas.

- Y bien; aquí tienes mi silla y mi escritorio. Adelante. Pero, insisto, tendré que ver esa carta antes que salga de esta casa.

Me llevó tiempo y trabajo hacerlo, pero cuando terminé me enorgullecí de leer la carta a mi amigo.

"Estimado Profesor Challenger: "En mi condición de humilde estudiante de la naturaleza, he experimentado siempre gran interés ante sus especulaciones sobre las diferencias entre Darwin y Weissmann. Recientemente tuve oportunidad de leer nuevamente su magistral exposición en Viena. No obstante mi admiración por su erudición, encuentro que una frase de la misma necesitaría ser reestructurada y, tal vez, modificada totalmente. Me refiero a sus comentarios que dicen:

«Protesto abiertamente contra la insufrible y absolutamente dogmática aserción de que cada id por separado constituye un microcosmos posesor de una arquitectura histórica elaborada lentamente a través de incontables generaciones». ¿No cree usted también que esta aseveración es susceptible de ser modificada? Con su permiso, me agradaría tener una entrevista con usted, pues considero, que podría hacerle algunas sugestiones que sólo serían interpretadas en todo su valor en una conversación personal.

De contar con su consentimiento, tendría el honor de visitarle el próximo viernes a las once de la mañana.

Al expresarle nuevamente mi profundo respeto por su obra, saludo a usted muy atentamente.

EDWARD D. MALONE".

- ¿Qué te parece? -pregunté a Tarp con sonrisa triunfal.

- Si tu conciencia te lo permite... ¿Y qué piensas hacer?

- Entrar en su casa. Una vez en ella tal vez encuentre algún medio de obtener la entrevista. Incluso llegaré a confesarle abiertamente mi superchería. Si es que realmente tiene espíritu deportivo, se sentirá movido...

- Lo más probable es que sea él quien produzca el movimiento... Te hará falta una cota de mallas o, mejor aún, una buena armadura. Bueno, por esta noche ya no puedes hacer nada. Si Challenger se digna contestar, tendrás su respuesta el miércoles por la mañana. Aunque, por tu propio bienestar, espero que no sea así.

 

CAPÍTULO 3

UNA PERSONA ABSOLUTAMENTE INTRATABLE

 

Las esperanzas de mi amigo se vieron defraudadas. El miércoles recibí un sobre en el que aparecía mi nombre garrapateado con una escritura que recordaba alambres de púa. La carta que contenía expresaba:

"Muy señor mío: He recibido su nota, en la que manifiesta apoyar mis puntos de vista, en cuyo sentido le aclaro que no necesito del apoyo suyo ni de nadie. Se atreve usted a emplear la palabra «especulaciones» en relación con mi manifestación sobre el Darwinismo, y considero necesario hacerle saber que utilizar tal palabra para calificar mis opiniones resulta ofensivo.

El contenido de su carta me convence, no obstante, de que usted ha pecado por ignorancia y falta de tacto, y no por malicia, lo que me predispone a desestimar estos agravios. De mi conferencia ha citado usted una frase aislada, y parece tener dificultades en comprenderla. Yo considero que únicamente una inteligencia subhumana podía fracasar en interpretarlo, pero si realmente necesita usted que amplíe la exposición consentiré en recibirlo a la hora que usted sugirió, si bien las visitas de cualquier índole me resultan altamente desagradables. En cuanto a su opinión de que podría yo llegar a modificar mis declaraciones, le hago saber que no es mi costumbre hacerlo, especialmente después de haber expresado una opinión que he madurado previamente.

Le ruego exhiba el sobre de esta carta a mi mayordomo cuando venga, ya que él tiene que adoptar extremadas precauciones para protegerme de esos tunantes importunos que se llaman a sí mismos «periodistas».

" Saludo a usted muy atentamente,"

GEORGE EDWARD CHALLENGER.

 

Así decía la carta que leí en voz alta a Tarp Henry. Su único comentario fue que le parecía haber oído hablar de algo mejor que el árnica, y cuyo nombre no recordaba.

Eran casi las diez y media cuando recibí esta carta, y tuve que tomar un taxi para llegar a tiempo a la cita.

Abrió la puerta un sirviente de aspecto extraño, moreno y extremadamente delgado, que vestía chaqueta de cuero y polainas de color castaño. Supe después que era él chofer, que además de tales funciones cubría las vacantes ocasionales entre uno y otro mayordomo fugitivo. Al exhibir el sobre de la carta que me había enviado el profesor, me franqueó la entrada.

Lo seguí a lo largo de un corredor, donde fuimos interrumpidos por una mujer que salía de lo que después supe era el comedor. Era una dama de ojos oscuros, vivaz y de aspecto inteligente, cuya apariencia era más de francesa que de inglesa.

- Un momento, por favor. Usted espere aquí, Austin. Pase, señor. ¿Puedo preguntarle si ha tenido relaciones con mi esposo anteriormente?

- No, señora. No entonces le presento nuestras excusas por anticipado. Creo necesario advertirle que se trata de un hombre absolutamente intratable.

Espero que, sabiéndolo, esté usted preparado para hacer algunas concesiones. Si nota que se muestra inclinado a la violencia, salga rápidamente del cuarto. No trate de discutir con él. Muchos que lo intentaron sufrieron las consecuencias. ¿Supongo bien si estimo que no es sobre Sudamérica que quiere usted hablar con él?

- Sobre esto es -le dije. Nunca he podido mentirle a una dama.

- ¡Por Dios! Ese es el tema más peligroso. Usted no creerá una palabra de lo que le diga, lo que no me sorprenderá. Pero no se lo diga. Finja aceptar sus informaciones; tal vez así consiga salir airoso del trance. Tenga siempre presente que él está convencido de lo que sostiene. Nunca hubo hombre más honesto que él. Ahora, apresúrese. Podría sospechar si demora usted más. De todos modos, si observa que se pone peligroso, realmente peligroso,

haga sonar la campanilla y manténgalo alejado hasta que yo llegue. Por lo general, puedo controlarlo aun en sus peores momentos.

Con estas palabras de aliento, la señora aquella me dejó nuevamente en manos de Austin, que había permanecido esperando como si fuera una estatua de bronce.

Un suave golpe sobre una puerta, un mugido desde el interior, y me encontré frente al profesor Challenger. Estaba sentado en una silla giratoria tras una amplia mesa cubierta de libros, mapas y diagramas.

Su apariencia me hizo contener la respiración. Esperaba encontrarme con un hombre poco corriente, pero nunca ante una personalidad tan subyugante como la suya. El tamaño de su cuerpo y su imponente presencia eran los principales factores del efecto que producía conocerle. Su cabeza era enorme, la más grande que recuerdo haber visto. Su cara y su barba hacían recordar a los toros de la escultura asiria, especialmente la barba, tan negra que por momentos daba reflejos. azules, cuadrada y rizosa, que se extendía hacia abajo sobre su pecho.

Sus ojos de color azul grisáceo miraban desde la sombra de espesas cejas negras, con expresión clara, crítica y dominante. Sus hombros amplios y un pecho del tamaño de un barril era lo único que aparecía desde detrás del escritorio, esto y dos enormes manos cubiertas de largos vellos negros. Tal fue mi primera impresión del notorio profesor Challenger.

- ¿Y bien?...

Una insolente mirada acompañó su pregunta. Yo tendría que hacer que mi engaño se mantuviera por lo menos unos minutos más, pues de lo contrarío era evidente que la entrevista ya había terminado.

Con expresión de humildad extraje el sobre.

- Usted tuvo la amabilidad de concertarme una cita, señor.

- De modo que usted es el joven que no entiende la más simple frase en idioma inglés. De todos modos, comprendo que está de acuerdo con mis conclusiones generales, ¿verdad?

- ¡Completamente, señor! -respondí enfáticamente.

- Eso me hace sentir mejor, - comentó con ironía. -Y bien, señor mío, vayamos al grano, a fin de reducir la duración de su visita que no creo le resulte agradable a usted y es extremadamente molesta para mí. Usted cree que algunos comentarios suyos podrían tener relación con la proposición de mi tesis, ¿no es así?

Lo brutalmente directo de su interrogación hacía difícil evadirse, y necesitaba todavía esperar un poco antes de iniciar mi propia ofensiva. Mi ingenio irlandés me abandonaba precisamente en esos momentos en que tanto lo requería, y el profesor Challenger me urgía con sus fríos ojos clavados en los míos.

- Soy tan sólo un simple estudiante, apenas un poco más que un curioso. Pero creo que usted fue algo severo con Weissmann en este asunto. ¿No opina que la evidencia general desde entonces ha tendido a fortalecer su posición?

- ¿Qué evidencia? - dijo con amenazadora calma en su voz.

- Bien, por supuesto, no hay ninguna evidencia definida. Me refería tan sólo a la orientación de la opinión actual y al punto de vista científico general.

Se inclinó hacia adelante con expresión severa.

- Supongo que le consta a usted que el índice craneal es un factor constante, ¿no es así?

- Naturalmente, - contesté.

- ¿Y que la telegonía está aún bajo juicio? - continuó, llevando la cuenta de los distintos argumentos con los dedos de su mano.

- Sin lugar a dudas.

- ¿Y que el plasma del germen es diferente del huevo partenogenético?

- ¡Por supuesto! -exclamé, asombrándome de mi propia audacia.

- ¿Y qué prueba eso? -prosiguió el profesor con voz suave, persuasiva.

- ¡Ah, en verdad! ¿Qué prueba eso? - murmuré.

- ¿Quiere usted que se lo diga? -su voz tenía matices invitantes.

- Sí, por favor.

El susurro se convirtió nuevamente en el rugido inicial.

- ¡Prueba que usted es el más audaz impostor de Londres! ¡Que usted es un vil periodista..., un reptil que sabe tanto de ciencia como de decencia!

Se había incorporado de un salto, con los ojos inyectados de loca rabia. Aún en aquel momento de tensión me llamó la atención el descubrir que no era un hombre alto, ya que su cabeza quedaba debajo de la altura de mis hombros..., un Hércules incompleto cuyo desarrollo se había limitado a ancho, profundidad y cerebro.

- ¡Tonterías y nada más que tonterías! Eso es lo que le estuve diciendo. ¡Unicamente tonterías con sabor a ciencia! ¿Creyó que podría usted medirse en astucia conmigo? Usted..., ¿con su cerebro de nuez? Ustedes..., infernales escribientes, se creen omnipotentes.

Han perdido todo sentido de proporción. No son otra cosa que globos inflados. Pero yo los he de poner en su lugar. Sí, señor. No podrán ustedes ganarle a G. E. Challenger. Ha perdido usted partida, señor Malone. Jugó usted a un juego muy peligroso y ha perdido.

- Mire, profesor. Puede usted ser todo lo insultante que quiera, pero no le permitiré que me ataque.

Yo había retrocedido hasta la puerta, y la abrí mientras decía eso. El profesor se aproximaba caminando amenazadoramente y se detuvo, con sus manos en los bolsillos de la chaqueta.

- ¿No? Ya he echado a varios de ustedes de mi casa. Usted será el cuarto o el quinto, no estoy muy seguro ahora. Por qué razón cree usted ser diferente de los demás de su fraternidad, es algo que no alcanzo a comprender.

Reasumió su amenazador avance. Pensé en huir, pero me resultaba demasiado ignominioso. Además, comenzaba a estimular mi ánimo un cierto deseo de poner las cosas en su lugar, de concluir con las bravatas de este hombre. Al comenzar la entrevista mi posición había sido falsa, de acuerdo, pero las amenazas del profesor me daban derecho a defenderme.

- Le aconsejo no ponerme las manos encima, profesor.

No se lo permitiré.

- ¿No me diga?

Una torcida sonrisa elevó la punta de su bigote a la vez que mostraba sus blancos incisivos.

-¡No se comporte como un tonto, profesor! Peso más de noventa kilos, me encuentro en perfectas condiciones físicas y juego como centro tres cuartos todos los sábados para el equipo irlandés de Londres.

No soy el hombre...

En aquel momento Challenger arremetió. Fue una suerte que la puerta estuviera abierta, pues de otro modo la hubiéramos destrozado. Rodamos por el pasillo, donde de algún modo, que todavía ignoro, se nos enredó una silla. Pasamos por la puerta principal, que el vigilante Austin había abierto para nosotros, y, tras un salto mortal con el que traspusimos los escalones de entrada, caímos en la vereda.

La silla se destrozó, y nosotros rodamos hasta la alcantarilla, donde nos separamos. Challenger se incorporó balanceando sus puños y resoplando como un asmático.

- ¿Ya tiene suficiente?

- ¡Maldito prepotente, le enseñaré! - grité mientras comenzaba a levantarme.

En esos momentos, se nos aproximó un policía, libreta en mano.

- ¿Qué sucede? Deberían avergonzarse ustedes. ¿Qué ha pasado aquí?

- Este hombre - me atacó, -dije.

- ¿Es cierto eso? - consultó el policía a Challenger, que respiró violentamente, pero no contestó.

- Por lo que recuerdo, no es la primera vez, - continuó el agente. -El mes pasado tuvo usted dificultades por el mismo motivo. Ha golpeado fuertemente a este hombre. Mire ese ojo. ¿Formulará usted la denuncia, señor?

Para ese momento, yo ya me había aplacado.

- No, no lo haré.

- ¿Cómo?...

- Fue culpa mía. Me entrometí no obstante su aviso.

El policía cerró la libreta.

- Bueno; que no se repitan estas situaciones, - reconvino al profesor, y, volviéndose al grupo de gente que nos había rodeado, los instó a circular.

El profesor me miró y en el fondo de sus ojos me pareció observar una chispa de humor.

- ¡Sígame, que todavía no he terminado con usted!

Su acento era siniestro, pero de todos modos lo seguí. Austin cerró la puerta tras nosotros, sin decir palabra.

 

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