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Книга «Собачье сердце» (Corazón de perro) на испанском языке – читать онлайн

Повесть «Собачье сердце» (Corazón de perro) на испанском языке – читать онлайн. «Собачье сердце» (Corazón de perro) – также одно из самых известных произведений Михаила Булгакова (мировую известность автору принёс роман «Мастер и Маргарита» (El maestro y Margarita), который также у нас можно читать онлайн на испанском языке. Книга «Собачье сердце» (Corazón de perro), как и многие другие произведения Михаила Булгакова, была переведена на многие языки Европы и мира, в том числе и на испанский.

Другие книги самых различных жанров и направлений от известных писателей всего мира можно читать онлайн или скачать бесплатно в разделе «Книги на испанском». Для тех, кто любит слушать книги, есть раздел «Аудиокниги на испанском языке» - в нём есть аудиокниги с текстом для начинающих и аудиосказки для детей.

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Теперь переходим к чтению книги «Собачье сердце» (Corazón de perro) на испанском языке. На этой странице выложен первый фрагмент повести, ссылка на продолжение книги Булгакова «Собачье сердце» (Corazón de perro) будет в конце страницы.

 

Corazón de perro

 

¡WUU, WUHU, WUHUHUHU, HUUUU! Mírenme, me estoy muriendo. La tormenta llega hasta el portal, gritándome su plegaria de los agonizantes y yo grito al mismo tiempo. Se terminó. Estoy acabado. Un bribón con gorra mugrienta —el cocinero de la cantina de empleados del Consejo Central de Economía Nacional— me escaldó el flanco izquierdo. ¡Basura! ¡Y a eso lo llaman un proletario! ¡Dios mío, cuánto me duele! Me quemó hasta los huesos. Y ahora chillo, chillo. Pero, ¿qué gano con chillar?

¿Qué le había hecho yo? Por remover algunos desperdicios no se hubiera arruinado el Consejo de Economía Nacional. ¡Roñoso! ¿Le vieron la facha, a ese incorruptible? Es más ancho que alto. Ah, los hombres, los hombres... A mediodía tuve derecho a mi ración de agua hirviendo; ahora es casi de noche, deben ser las cuatro de la tarde, a juzgar por el olor a cebolla que viene del cuartel de bomberos de la Prechistienka. Como ustedes saben, en la cena los bomberos comen kacha; además es kacha de la peor especie, parece hongo. A propósito de hongos, unos perros amigos míos me dijeron que era el plato del día en el restaurant Bar, en la Neglinaia: hongos con salsa picante a 3 rublos 75 kopecks la porción. Bueno, para quienes les guste... Yo, todavía prefiero lamer un zapato viejo.

WUHUHUUUITU... Mi flanco quemado me duele horriblemente y me parece que ahora mi vida ya está trazada: mañana, las llagas van a empezar a supurar ¿y qué podré hacer para curarlas? En verano se puede ir a Sokolniki; allá, el pasto es excelente, es un pasto especial. Además, siempre hay trozos de salchichón que se pueden comer gratis, o papeles grasientos, abandonados por la gente, a los que es posible lamer. Si no hubiese idiotas que provocan ganas de vomitar cuando cantan "Celeste Aída" a la luz de la luna, el lugar sería ideal. Pero ahora ¿adónde ir? ¿Recibieron alguna vez ustedes patadas en el vientre? ¿O ladrillos en las costillas? Pues yo sí, y con demasiada frecuencia. Ya aguanté bastante, me resigné a mi destino y si ahora lloro es tan sólo por causa del frío y del dolor físico, porque mi espíritu permanece vivo... El espíritu de un perro es obstinado.

Pero lo que está destrozado, roto, es el cuerpo; soportó demasiado a los hombres... Y finalmente, esta agua hirviendo que me quemó el pelo dejándome todo el flanco izquierdo sin defensa. Por un sí, por un no, puedo pescar una pulmonía y entonces moriré de hambre: cuando se tiene pulmonía hay que quedarse acostado bajo la escalera, en la entrada grande; y ¿quién va a recorrer los tachos de basura para alimentar a un perro solitario y enfermo? Si el pulmón me falla no podré hacer otra cosa sino arrastrarme sobre el vientre hasta volverme tan débil que cualquier patán borracho termine conmigo a bastonazos. Entonces los barrenderos me levantarán de las patas y me arrojarán en su carretón....

De todos los proletarios, los barrenderos constituyen la peor calaña, la hez de la humanidad, la categoría más baja. Los cocineros son diferentes. Tomen por ejemplo a ese pobre Ylas, de la Prechistienka: ¡cuántas vidas salvó! Cuando se está enfermo lo que más se necesita es algo para comer. Era entonces, dicen los viejos perros, cuando Ylas tendía un hueso con un poco de carne alrededor. ¡Bendita sea su alma! Era un hombre importante, había sido cocinero en la casa de los condes Tolstoi: nada que ver con el Consejo de Alimentación. Lo que maquinan allí dentro sobrepasa el entendimiento canino; esos puercos prefieren la sopa de repollo con tocino rancio y los pobres diablos no se dan cuenta de nada: llegan, comen, y hasta son capaces de pedir más.

Conozco a una dactilógrafa en la sección nueve que gana 45 rublos; de acuerdo, tiene un amante que le compra medias de seda. ¡Pero cuántas afrentas soporta en cambio! Por ejemplo, él no puede hacer el amor normalmente, como todo el mundo lo hace, a la francesa. Dicho sea entre nosotros, qué gentuza, esos franceses. Por cierto, cuando comen no se privan, y lo acompañan todo con vino tinto. Si...

Esta dactilógrafa, pues, con sus 45 rublos no puede costearse el Bar, ni siquiera ir al cine, y el cine es el único consuelo que una mujer tiene en la vida. Está allí tiritando, haciendo muecas, pero come... Reflexionen un poco: 40 kopecks por dos platos que juntos no valen ni 15, porque el ecónomo se guardó 25. ¿Creen que ella merece tal cosa? Tiene algo en el pulmón izquierdo, además de una enfermedad francesa que le contagió el amante, le hicieron una retención sobre su sueldo v en la cantina le dan de comer podredumbre. Sale... Corre hasta el portal, en las piernas lleva puestas las medias que le regaló el amante. Tiene frío en las piernas y el vientre, porque la ropa de lana que usa se asemeja a lo que me queda de pelambre y su calzón de encaje es sólo una apariencia de ropa interior. Otro regalo del amante. Si se le ocurriese usar uno de franela, él le diría: ¡Qué elegancia, querida! ¿Crees que no estoy harto de mi Matriona y de sus bombachas de franela? Llegó mi hora: soy Presidente y todo cuanto puedo robar es para los cuerpos de mujer, las colas de langosta y el buen vino. Pasé bastante hambre cuando era joven; ahora me llegó el turno... Y la vida del más allá no existe.

Ah sí, la compadezco. Pero me compadezco aún más a mí mismo. No lo digo por egoísmo, no, sino porque evidentemente las condiciones no son comparables. Ella, en su casa, al menos está abrigada.

Mientras que yo, en cambio... ¿Adónde puedo ir?

¡WHUHUUHUUU!

—Chist, chist, pequeña bola, pobre bola, ¿por qué gimes, quién te hizo daño?

Como una vieja bruja cabalgando en su escoba, la tormenta sacude la puerta y viene a aullar en los oídos de la joven, levanta su falda hasta las rodillas descubriendo las medias color crema y una angosta franja de encaje mal lavado. Ahoga las palabras y hace volar la nieve sobre el perro.

—Dios mío... Qué tiempo... Y me duele el vientre. ¡Es el tocino de la sopa! ¿Cuándo terminará todo esto?

Agachando la cabeza, la joven parte a desafiar la tempestad, traspone el portal, avanza por la calle vacilando y desaparece en un torbellino de nieve.

El perro permanece en el lugar con su flanco mutilado; sofocado, se ovilló contra la pared helada y tomó la firme decisión de jamás apartarse de ella, de morir allí, bajo el portal. Lo invade la desesperación: se siente tan enfermo, tan solo, tan aterrorizado, tan lleno de amargura que a sus ojos asoma un débil llanto, el cual no demora en secarse. El flanco herido está erizado de matas de pelos congelados entre los que aparecen, siniestras, las huellas rojas de la quemadura. Hasta donde puede llegar la ignorancia, la estupidez, la crueldad de los cocineros...

Lo había llamado "Bola". .. ¿Cómo, “Bola”? Bola quiere decir un perro bien redondo, rechoncho, tonto, que come los mejores manjares y tiene padres nobles; él, en cambio, sólo es un mendigo flaco y tullido, un perro vagabundo... Gracias, de todos modos, por la palabra amable.

En la acera opuesta se abrió la puerta de una tienda profusamente iluminada y de ella salió un ciudadano. No un camarada, sino un verdadero ciudadano; mejor aún, un "señor". Al verlo de cerca no cabe duda alguna, es realmente un señor.

¿Creen que lo reconozco por el abrigo? Absurdo. Hoy en día muchos proletarios usan abrigo. Por supuesto, el cuello no es igual, pero de lejos uno se puede equivocar. Mientras que si se confía en los ojos, ya sea de cerca o de lejos, resulta imposible equivocarse. Los ojos son lo más importante que existe: algo así como un barómetro. Descubren al que tiene el corazón endurecido, que por cualquier insignificancia es capaz de plantarle a uno la punta de su zapato en las costillas, y al que le teme a todo el mundo: a esta clase de lacayos, resulta un verdadero placer morderles la pantorrilla... ¿Tienes miedo? Toma, agarra esto. Ya que tienes miedo, te lo mereces... Grrr-grrr... ¡Uauu! ¡Uauu!

El señor cortó con paso decidido a través del torbellino de nieve para llegar hasta el portal. "Se nota que éste no va a comer carne averiada; y si llegasen a servírsela, provocaría un buen escándalo: escribiría a los periódicos para decirles: ¿Este alimento me enfermó, a mí? Filip Filipovich, 75.

“Se aproxima. Se ve que come hasta hartarse, que no roba ni pega puntapiés, y también que no teme a nadie; y si no tiene miedo, es porque jamás tiene hambre. Este señor es un trabajador intelectual; usa barba en punta bien recortada y bigote entrecano y abundante como el de un altivo caballero francés, pero a través de la tempestad se desprende de él un olor desagradable. Un olor de hospital. Y de cigarro.”

"Me pregunto qué demonio pudo haberlo atraído a la cooperativa de la Economía Central. Está muy cerca... ¿Qué espera? Uau u uuuii... ¿Qué habrá ido a comprar dn este negocio miserable? ¿No le basta con el mercado del Okhonyi RIAD? ¿Qué?... ¡Salchichón!

Señor, si supiese con lo qué hacen ese salchichón, ni siquiera se habría acercado a este negocio. Démelo a mí."

Juntando sus últimas fuerzas, como enloquecido, el perro abandona el refugio del portal para arrastrarse por la acera. Encima de su cabeza, el disparo de un trueno y la tempestad que agita las enormes letras de un cartel de tela: ¿Es posible el rejuvenecimiento?

"¡Evidentemente, es posible! ¡El olor me rejuveneció y me reanimó llenó de ondas ardientes mi estómago vacío desde hace dos días; el olor, más fuerte que el del hospital, el divino olor carne de caballo picada con ajo y pimienta! Lo sé, huelo en el bolsillo derecho del abrigo el salchichón. Justo encima de mi cabeza. ¡Oh, amo mío! ¡Mírame! Me muero. Esclava es nuestra alma y vil es nuestro destino."

El can se aproxima arrastrándose sobre el vientre como una serpiente con los ojos anegados en lágrimas. "Mire la obra de ese cocinero. Pero jamás querrá dármelo. ¡Oh, conozco tan bien a los ricos! En el fondo, ¿para qué que ese trozo de caballo podrido? Sólo el Mosselprom vende semejantes venenos. Hoy, usted comió gracias a las glándulas sexuales masculinas, una celebridad mundial... ¡Uauuuuuu! ¿Qué hacemos en esta tierra? Aún soy demasiado joven para morir y la desesperación es un pecado mortal. Lo único que me queda por hacer es lamerle las manos."

El enigmático señor se ha inclinado hacia el perro con un movimiento que hace centellar la montura de oro de sus anteojos. Sin quitarse los guantes pardos, abre el papel que inmediatamente es llevado por el viento, toma un pedacito de salchichón.

—Cracovia Extra— y se lo da al perro.

¡Oh, hombre desinteresado! ¡Wu u u uuuuu!

—Chist, chist —susurra el señor, y agrega con un tono extraordinariamente severo—:¡Agarra, Bola, agárralo!

“Bola, de nuevo. Esta vez ya estoy bautizado. Pero puede usted llamarme como quiera. Por su gesto admirable...”

En un abrir y cerrar de ojos el animal rasga la piel. Muerde el Cracovia. profiriendo un breve grito y lo traga en un santiamén al mismo tiempo que la nieve que lo cubre; en su apresuramiento le faltó poco para comerse también el piolín, casi se atraganta, se le llenan los ojos de lágrimas.

“¡Le lamo cien veces las manos, beso la botamanga de su pantalón, oh, benefactor mío!”— Ahora basta...

El señor había hablado con voz brusca, en tono de mando. Se inclina hacia Bola, lo mira fijo a los ojos, escudriñándolo y pasa inopinadamente una mano enguantada y acariciante por el bajo vientre del perro.

—¡Ajá! —dice con aire entendido—, y no tienes collar... Muy bien, muy bien; eres exactamente lo que yo buscaba. Sígueme. Por aquí, chist, chist —agrega chasqueando los dedos.

“¿Seguirle? ¡Lo seguiría hasta el fin del mundo! ¡Aunque me golpease con sus botines de fieltro, no diría ni una palabra!”

A todo lo largo de la Prechistienka brillaban lamparillas. El dolor en el flanco era intolerable. Pero por momentos Bola lograba olvidarlo, pues se hallaba demasiado ocupado en no perder de vista, a través de la multitud, la milagrosa aparición del abrigo, y en hallar la manera de expresarle su amor y su veneración, lo cual hizo por lo menos siete veces durante el trayecto desde la Prechistienka hasta la calle Obukhov. Besó uno de los botines bienamados en la esquina de la calle Miortvyi; para abrirse paso lanzó un rugido salvaje que aterrorizó a tal punto a una transeúnte que la hizo caer sentada sobre un mojón; en dos o tres oportunidades profirió gemidos lastimosos para mantener la compasión de su salvador.

En un momento dado, un desvergonzado gato de albañal salió de un caño de desagüe, como un gato salvaje, y a pesar de la tormenta olfateó el Cracovia. A Bola se le subió la sangre a la cabeza sólo con pensar que el opulento excéntrico que recogía a los perros heridos en los portales pudiese también llevarse consigo a ese ladrón que pretendía saborear los productos del Mosselprom. Por lo tanto mostró sus dientes al intruso en forma tan amenazadora que éste, silbando como un globo que se desinfla, trepó por el caño hasta el segundo piso. —¡Frrr! ¡Uau!— “¡Buen viaje!” Si hubiese que abastecer con productos del Mosselprom a todos los piojosos que infestan la Prechistidnka...

El señor había sido sensible a tanta servicialidad, ya que al llegar frente al cuartel de bomberos y cuando pasaban por debajo de una ventana de la que salía el delicioso bramido de un corno inglés, gratificó al perro con otro trozo de salchichón, algo más pequeño que el primero —debía pesar unos veinte gramos.

"Tipo raro. ¡Me quiere conquistar! No se aflija, no pienso irme. Lo seguiré dondequiera me lo ordene."

—¡Chist, chist, por aquí!

"¿En la calle Obukhov? Desde luego. Conozco muy bien esta calle."

—¡Chisssttt!

"¿Aquí? Con todo gus... Bueno, no. No, perdóneme, hay un portero. Y no existe nada peor que eso. Es muchísimo más peligroso que un barrendero. Una raza decididamente odiosa. Aun más repugnante que los gatos. Descuartizadores con librea de botones dorados."

—Vamos, no temas nada, avanza.

—Mis respetos, Filip Filipovich.

—Buenos días, Fiodor.

"¡Vaya! ¡Alguien importante! ¡Dios de los perros, mira adónde me conduce mi destino! ¡Quién podrá ser este hombre que hace entrar a los perros de la calle en un edificio, a la vista de un portero? Ese canalla no dijo ni "mu". Me miró de reojo pero se mantuvo digno bajo su gorra galonada. Como si fuese algo absolutamente normal. ¡Lo respeta, lo considera, no puede con él! ¡Pues sí, yo estoy con Él, entro con Él! ¿Qué? ¿Me has tocado? ¡Agárrate esto! Ah, morder la pantorrilla callosa de un proletario... Si no eres tú, será tu hermano... Todos los escobazos que recibí, ¿eh?"

—Vamos, ven aquí.

"Comprendo muy bien, no se preocupe. Donde usted vaya, iré yo. Indíqueme tan sólo el camino, no me quedaré atrás a pesar de mi flanco lastimado. "

Voz en la escalera:

—¿No hay correspondencia para mí, Fiodor?

Voz deferente, desde la planta baja:

—No señor, nada. (Luego, casi a media voz, en tono confidencial, apresurado.) En el departamento número tres pusieron nuevos.

El gran benefactor de perros interrumpió súbitamente su ascensión. Se inclina sobre la barandilla y pregunta, aterrorizado:

—¿Qué-é?

El ojo alerta, el bigote erguido.

Abajo, el portero levanta la cabeza, pone sus manos a ambos lados de la boca, como una bocina:

—Tal como le digo: son cuatro.

—¡Por Dios! Imagino lo que ocurrirá. ¿Y cómo son?

—Pasables...

—¿Y Fiodor Pablovich?

—Fue a buscar ladrillos y biombos. Van a hacer tabiques.

—¿Qué novedad es ésta?

—Van a agregar gente en todos los departamentos, menos en el suyo, Filip Filipovich.

Hace un rato hubo una reunión y nombraron un nuevo comité. Los demás... despedidos.

—¡Es increíble! ¡Ay, ay, ay! Chist, chist.

"Ya voy, ya voy. Hago todo lo que puedo pero mi flanco me hace demorar. Permítame lamerle el botín."

Abajo, la gorra del portero ha desaparecido. En el rellano de mármol, los tubos de la calefacción irradian un suave calor. Unos peldaños más... y aquí está el Hermoso Piso.

Cuando el olor de la carne se huele a tres kilómetros, no vale la pena de aprender a leer. Sin embargo, si usted vive en Moscú y tiene tan sólo un poco de seso, quiéralo o no, termina por saber leer sin necesidad de haber tomado lecciones. Entre los cuarenta mil perros de Moscú, ninguno ha de ser tan estúpido como para no saber deletrear la palabra salchichón.

Bola había empezado a aprender por los colores. Desde la edad de cuatro meses había observado, diseminados por todo Moscú, grandes carteles de un azul verdoso que llevaban la leyenda M S P O — comercio de carne. Evidentemente, hay que repetirlo, no servían para nada ya que el olor bastaba. Pero una vez se equivocó: engañado por un pérfido color azulado, y privado momentáneamente del olfato debido a emanaciones de nafta, Bola había entrado en el negocio de artículos eléctricos de los hermanos Polubizner, en la Miasniskaia. Allí fue donde trabó relaciones con el hilo eléctrico: ¡al lado de eso el látigo del cochero no era nada! Este memorable acontecimiento marcó el comienzo de la educación de Bola. En cuanto salió empezó a darse cuenta que "azul" no siempre significa "carne"; aullando de dolor, con la cola entre las patas, recordó que en el extremo izquierdo de los carteles de las carnicerías había siempre una cosa roja o dorada parecida a un pequeño trineo.

Luego los progresos fueron más rápidos. Aprendió la "A" en Giavryba en la esquina de lo Mokhovaia, después la "B"... Le resultaba más fácil empezar por el final de la palabra porque al principio había una mayúscula.

Las pequeñas chapas de mayólica colocadas en las esquinas de las calles de Moscú significaban, con toda seguridad, "queso". En cuanto al pequeño grifo negro de samovar con que comenzaba el letrero del ex propietario Téhichkin, evocaba montañas de queso de Holanda, dependientes brutos odiados por los perros, aserrín en el piso y el espantoso olor del innoble bakstein.

También estaban los lugares de los cuales brotaban sonidos de acordeón (que bien valían "Celeste Aída") y olor a salchichas: entonces era muy fácil deletrear en los carteles blancos las primeras letras de la palabra "Prohi... ", que querían decir "Prohibido blasfemar y dar propinas". Algunas veces entre los jugadores estallaban riñas, se golpeaban a puñetazos y también a patadas o a servilletazos, aunque esto último ocurría con menor frecuencia.

Una vidriera llena de mandarinas y jamones rancios era G-a... Ga... Gastronomía. Oscuras botellas que contenían un desagradable líquido... V-I - Vi... Vino... Vinos, la antigua casa Elisséiev Hermanos.

 

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